5/12/14

Esas malditas intrusas

    Cuando vas a tener un bebé y te quedas embarazada todo el mundo te habla de lo bonito que es ser madre y lo bonito que es tener a tu bebé entre tus brazos.

     Nadie te habla de ese habitante molesto que se te cuela por la ventana. De ese huésped que se te acopla sin ser llamado. De nuestras queridísimas hormonas, esas metomentodo que te señalan y te azuzan. De esas eternas incomprendidas.



     Y es que cuando te quedas embarazada sientes un cosquilleo y piensas "esto es los nervios de que voy a ser mama". No podrías estar más equivocada. Son tus hormonas que se están preparando para allanarte el camino.


     Y aquí es cuando todo lo que te dicen te molesta: 

    
     - ¿Estas embarazada? Pues no se te nota nada. 
    
      Y tú piensas: "Que sabrá esta, ¿Como que no se me nota?, si ya tengo barriga" Y te enfadas.

     - Pues ya tienes barriguita...


     Y piensas: "Si hombre, si estoy de tres meses, si casi ni se me nota" Y te enfadas.


    No hay nada que te digan que te siente bien y que no te haga enfadar. Y aun así te callas, porque no es la primera vez que te dicen que las embarazadas estamos locas.


     Pero lo peor no es el embarazo, no. Por mucho que digan, las hormonas empiezan su apogeo en el minuto uno de tener a tu bebé. Ahí todo te hace llorar, todo es un drama. Que te dan un abrazo: a llorar, que te llevan la contraria, a llorar, que se te cae algo al suelo y no te puedes agachar porque acabas de parir, a llorar.


    A mí las hormonas me jugaron una mala pasada en mi segundo parto. Había sido cesárea. Y el protocolo decía que tenías que estar cuatro días ingresada. Pero yo había oído que habían dado el alta al tercer día si te encontrabas bien.


    Yo quería irme lo antes posible para estar en casa con mi hija mayor. Así que desde el primer día me levantaba de la cama, paseaba, me movía como si no hubiera un mañana.


     Y al tercer día llega la médica, y yo contenta pensando que me iba a ir. Nada más lejos de la realidad. Hasta el cuarto día no podía irme por el protocolo del hospital.


    Yo notaba que las fuerzas se me iban y ya no escuchaba a la médica, con mi bebé en brazos, mi suegra al lado y detrás de la cortina mi compañera de cuarto, empecé a dar vueltas por la habitación.


     La médica se fue, dejándome allí como un león enjaulado, con mis hormonas como única compañía. Rompí a llorar, un llanto desconsolado, de esos que de vez en cuando tiene mi hija, mientras mecía a mi bebé casi compulsivamente.


     Mi suegra intentaba quitármela de las manos, supongo que en un intento de salvarla de aquellos meneos. Pero yo no la dejaba, me revolvía en mi miseria, como si no fuera a salir jamás de aquel hospital.


     Y entraron las limpiadoras.


     - Mujer ¿Qué te pasa?


    Entre sollozo y sollozo yo intentaba explicarles que me quería ir, que estaba bien, que mi hija mayor iba a dormir otro día más sin su madre y que para mí eso era lo más importante del mundo. Como si ellas pudieran salvarme de mi claustrofóbica situación.


     Ellas me miraban con sus ojos llenos de experiencia, esos ojos que han visto y vivido más de un subidón de hormonas, con esa compasión de saber que no eres tú la que hablas, sino esas malditas intrusas.


     Y por eso os doy un consejo, si os tropezáis con una embarazada o una recién mama. Tened un poquito de paciencia porque no es ella la que habla, son sus hormonas.




1 comentario:

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