2/1/15

Un día mágico

      Dentro de unos días es mi día favorito del año. Siempre me ha encantado el día de reyes. Es un día mágico, especial. Un día de ilusión donde los niños descubren esa magia que rodea la Navidad. Y no es por los regalos, es por todo lo que rodea a los regalos.

      El día 5 nos vestimos con todos los abrigos que podemos, bufanda, cuello vuelto, guantes, gorros, vamos equipados para no pasar ni un ápice de frío. Nosotros somos de los que van a ver la cabalgata por norma. Después de años de búsqueda, por fin encontramos nuestro sitio, y es allí donde nos ponemos un año tras otro. 



      Con las mariposas en el estómago, no sé a quién les revolotea más, si a los niños o a mí, nos dirigimos con los primos a nuestro sitio como una hora antes de que salga la cabalgata. Ante todo previsores, nos gusta estar en primera fila. Algún año que otro ya tuvimos algún roce con alguna otra mama que deseó que le dieran un caramelazo a mi hija mayor, que en esos momentos no contaba con más de cinco meses. 


      Porque sí, siempre que he podido, he ido a la cabalgata, porque aunque no tuviera niños, era algo mágico. Porque ese día soy una niña más que disfruta pidiéndole caramelos a los reyes. Aún recuerdo un año en el que aún no tenía niños ni sobrinos, y pidiéndole caramelos a mi rey favorito, Melchor, me tiró la bolsa entera. Di saltos de alegría, estaba súper emocionada. Con más de veinte años, parecía que volvía a tener diez.


      Así que allí nos parapetamos. Ponemos los carros de nuestros hijos como barreras para que nadie se nos cuele, y nos atrincheramos con reservas de gusanitos y chuches para solventar el aburrimiento de los niños por la larga espera.


      Después de mil preguntas sobre cuando llegan los reyes y del aburrimiento en las caras, por fin vemos el principio de la cabalgata. 


      Ver a mis hijas disfrutar como lo he hecho yo durante toda mi vida no tiene precio, el miedo por esos personajes grandes que se acercan, las caras de ver a los Reyes, esos gritos de "¡Más caramelos!", su ilusión no tiene medida, y la mía tampoco. 


     La cabalgata acaba y nos metemos en esa marea de gente que se va en busca de su coche. Los niños van con sus caritas emocionadas y sus bolsillos llenos de caramelos. Siempre nos encontramos con algún adulto que intenta coger más caramelos que nadie, empuja, da codazos, y culazos, y nos reímos por ello, a veces nos comportamos como verdaderos niños.


      Cuando llegamos a casa no hay cena. Están saturados de chuches. Así que les preparamos la cena a los reyes y a los camellos. Leche y galletas o lo que encontramos por casa. Ponemos nuestros zapatos, para que sepan quienes somos y donde tienen que poner nuestras chuches, si más chuches, porque es el único momento del año en la que las chuches no son demasiadas. Y las acostamos, las acostamos y hacemos el trabajo de los duendes, envolvemos los regalos y los ponemos con sus nombres debajo del árbol.


      Esa noche nunca duermo bien, ni suficiente. Estoy deseando ver las caras de esas personas a las que quiero con locura abrir sus regalos.




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