Lloraba, lloraba
lágrimas de pérdida, lloraba lágrimas de impotencia. Aún no sabía cómo había
pasado. Te habías ido y me habías dejado sola. ¿Cómo se supone que podría vivir
sin ti, sin mi madre? Me paseaba por la
casa, de una habitación a otra, evitando la que de verdad me importaba, a la
que tenía que entrar.
Tú conducías, te
había dicho que yo cogería el coche y no me dejaste, decías que no conducía
bien. Se me cayó el móvil, y en ese momento oí tu grito desgarrador. Sentí un
golpe, y después nada, susurros de sirenas, susurros de voces y preguntas. Y
después nada. Hasta que volví en mí y ya no estabas. Hasta que volví a la casa
y no te encontré. Me habías dejado. Una niña sola, una niña huérfana.
Aquel coche se
había saltado el stop, el stop y el límite de velocidad, había invadido el
carril contrario. Eso había podido leer en el informe de la policía. Y nosotras
en aquella cárcel, sin capacidad de reacción. Si yo hubiera conducido… si yo
hubiera llevado el coche… Dicen que el dolor más grande es la de perder a un
hijo. Me habrías perdido pero seguirías con tu vida. Ahora que habías empezado
a vivir, ahora que disfrutabas de ti, de tu soledad, de tu vida.
¿Cómo iba a
seguir yo con mi vida? Tú eras mi guía, sin ti estoy perdida. Y me paseo por la
casa, con la vista inerte, sin centrarme, sin atreverme a entrar. Me planto
delante de tu puerta. Y allí me quedo lo que me parecen horas, recordándote,
recordando lo inevitable, nuestras últimas peleas, nuestros últimos gritos,
nuestros últimos portazos. El sentimiento de culpa me corroe. Pero es el que me
da fuerzas para entrar.
Abro la puerta, y
una luz intensa me penetra en los ojos, no veo nada, sólo blanco, tu habitación
está borrosa. Y en la letanía oigo sollozos, oigo gritos y llantos, parecen
lejanos, miro alrededor y consigo vislumbrarte, estás ahí, en tu puf favorito,
envuelta en lágrimas, envuelta en mi manta, oliendo mis últimos encuentros, llorándome.
Y entonces lo
entendí, tú no te ibas, me iba yo. Tú eras la que te quedabas sola, tú eras la
que perdías. Una fuerza oculta me arrastraba, me alejaba de ti. No sabía lo que
era. Pero ya no estaba triste, ya no estaba destrozaba. Ahora estaba tranquila.
Sabía que eras fuerte y vivirías por mí. Tú vivías y era lo único que me hacía
feliz. Me iba, no sabía dónde pero me iba.
Te mandé un beso, te mandé un te quiero, y en un minuto de lucidez
levantaste tu mirada y me sentiste. Cerraste los ojos atrapándome para siempre.
Y de tus labios “te quiero nena”.
¿Que hay mas allá? Dificil respuesta, hay que estar muerto para saberlo. Buen relato.
ResponderEliminarUn saludo.
Me mantendre a la espera de otro cuento de tu buena cosecha.
Muchas gracias por pasar por aquí y por tus comentarios. Un saludo.
ResponderEliminarSaludos, interesante y buen relato, una muy dura situación experimentada al revés. Es más duro quedarse que irse!. Éxitos!
ResponderEliminarMuchas gracias. En realidad nunca sabremos si es más duro quedarse. Pero duro es... Un saludo.
EliminarMuy bueno, María. Un relato emotivo y original.
ResponderEliminar¡Un saludo!
Muchas gracias. Me alegro de que te guste.
EliminarEmocionada,desde ambos puntos de vista, el de hija y el de madre. Estupendamente narrado. Un saludo y suerte
ResponderEliminarMuchas gracias. Me encanta que te haya emocionado. Un saludo.
Eliminar:(...me setí no se,sensible,y me tocó tu micro,he tenido perdidas muy profundas que sin duda,cuando leo cosas así se me atragantan...me gustó mucho! te dejo besitos!
ResponderEliminarMe alegro de que te haya hecho sentir. Supongo que cuando escribimos, lo que más queremos es hacer sentir alg al lector. Un saludo y siento mucho tus perdidas.
EliminarEs buenísimo María. Ese último "Te quiero nena" es el gran cierre. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegro de que te guste. ¿Qué te puede decir una madre sino? Un abrazo.
EliminarExcelente! Que duro es dejar ir a quien amas tanto, a quien dedico su vida en vivirla para ti y no tuviste tiempo de devolver un poco de esos cuidados. Me encantó, como dice Ady remueve muchos recuerdos!... Saludos
ResponderEliminarSi que es difícil. Desde mi modesta opinión, como una madre no hay nada. Siempre te queda algo por decir cuando se va alguien. Un saludo.
EliminarUn aplauso para este magnífico relato. Muy bueno, María. Ese giro descoloca completamente y recuerda a ''Los Otros''. Muy bueno, repito.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias Ricardo, me alegro de que te guste. No me acordaba de esa peli, pero ahora que lo dices si que se le da un aire. Saludos.
EliminarMe ha gustado, María, lleno de sensibilidad y ternura. Suerte
ResponderEliminarMuchas gracias, me alegro de que te haya gustado. Un saludo.
EliminarMe alegro, María, enhorabuena!!
ResponderEliminarMuchas gracias Paola.
ResponderEliminarGenial, María. Sorprendente giro. Y el descubrir que era ella quien se iba, la tranquilizó, eso sólo lo consigue el amor.
ResponderEliminarUn besillo!
El amor de una madre es lo más fuerte que existe, por lo menos para mi. Una de las mejores cosas de escribir es sorprender con giros inesperados. Un besillo.
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