El viento le atraía el pelo rubio a la cara, pero no le importaba. Ni siquiera le molestaba. El pelo le recordaba a él, le gustaba tocárselo, le acariciaba el pelo cuando la abrazaba, notaba como exhalaba su perfume, notaba como se recreaba en él. Esos recuerdos también eran escasos. Pocos abrazos en sus vidas juntos.
Aquella playa era lo mejor que tenía de él, allí habían disfrutado de lo que más les gustaba. Allí habían vivido felices. Pero era una época lejana, como dicen en los cuentos, muy muy lejana. Recordaba las fotos, incluso se había llevado una. En ella aparecían los dos solos en la orilla. No había nadie más, ella con una sonrisa en la boca delante de él, él tocándole el pelo. Su recuerdo era ese, alto, distante, lejano. No conseguía otro.
Si, habían vivido más cosas juntos, pero no le llegaba una imagen concreta, todo eran flashes inconexos de momentos puntuales. Se tumbó en la arena, y se recordó bailando juntos, lo recordó bailando, feliz, y pensó que eran los únicos instantes en los que lo había visto feliz, completamente feliz, sin tapujos. Bailando con su cigarro en una mano y un whisky en la otra. Sonrió, sonrió al recordar de niña la vergüenza que le daba ver bailar a su padre. Y después como de mayor se unía a su fiesta bailando y riendo, disfrutando.
Recuerdos de conversaciones más íntimas, más profundas, recuerdos de secretos a media voz, recuerdos de sentirse cómplices de las vicisitudes de la vida. Intentaba recordar esas confesiones, pero no lo conseguía, sólo veía esa cara de dolor que la perseguía, ese sufrimiento marcado en cada arruga de su cara.
Empezó a caminar por la playa, subió por las rocas y desde allí el viento le azotaba fuerte. Cerró los ojos, sintiéndolo, saboreando cada embestida, recordando, anhelando cada tiempo vivido, y sobre todo el no vivido.
Estaba lista. Abrió la urna y dejó que el viento hiciera el resto, las cenizas volaron, se mezclaron con el aire, y con las olas que golpeaban sin piedad las rocas erosionadas. Rompió la foto, sabía que no podría quemarla, la rompió, y en el momento en el que la rasgó por primera vez se arrepintió. Pero ya no podía parar. Siguió partiéndola, destrozándola pedazo a pedazo, abrió las manos y la foto voló para encontrarse con el mar. Ella ya de rodillas lloraba, llanto de rabia, de dolor, de desesperación.
Foto de Internet
Gracias por compartir esa experiencia
ResponderEliminarDe nada Claudia.
EliminarQué triste no tener más y mejores recuerdos de un padre, pero la vida es como es, no como nos gustaría que fuese. Creo que tu relato retrata la relación de muchos adultos con sus padres, casi desconocidos a pesar del cariño. Me gustaría pensar que nunca es tarde para cambiar eso! :)
ResponderEliminarPrecioso y nostálgico relato, María. Veo que tu inspiración ya ha vuelto ;)
Un abrazo y feliz finde, guapa!!
Gracias Julia. Aunque este relato lo escribí hace tiempo, pero si sabemos que la inspiración va y viene. Un besillo guapa.
EliminarTriste pero evocador; nostálgico y repleto de imágenes intangibles. Me ha encantado, amiga. Gracias por regalarnos un trocito de tu corazón, en forma de letras. Como tú dirías, un besillo. :-)
ResponderEliminarMuchas gracias. Un poco triste, pero a veces dan ganas de escribir cosas así, luego vienen las alegres. Un besillo.
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