15/8/15

La Isla y yo. Capítulo III. Los restos.


                Caminando por la playa me voy encontrando restos del naufragio. Tablones, telas de vela rasgada. A lo lejos veo lo que parece ser una caja. Me acerco a ella corriendo. Busco en los alrededores por si encuentro algo con que abrirla. Al final cojo una piedra y la lanzo contra la caja. La madera se abre como un melón. Supongo que tanto tiempo en el agua la ha reblandecido.
 

                Esperaba encontrar comida, pero no, me encuentro con una gran vela. Así que decido ponerme manos a la obra y buscar lo necesario para sobrevivir. No sé el tiempo que estaré en la isla. Necesito agua, un refugio y comida.
 

                Me pongo a buscar frenéticamente por la orilla entre los restos del barco. Termino encontrándome una maleta llena de ropa de mujer, un neceser y un pequeño botiquín. Y bendigo a las mujeres por ser tan precavidas. Miro el cepillo de dientes y recuerdo el consejo de mi madre: “nunca uses el cepillo de dientes de nadie”. Ahora eso da igual.
 

                Sigo buscando por la playa, hasta que llego a una zona intransitable por las rocas, y el mar golpeando la montaña que se eleva junto a él. Echo un vistazo y al no ver nada, me doy la vuelta. Voy descalzo y andar por las rocas me va a resultar complicado.
 

                Llego a mi punto de partida donde dejé el gran trozo de tela, y sigo caminando, me voy encontrando cosas que no me parecen necesarias, algunas las cojo por si acaso, y otras las dejo que se las lleve la marea.
 

                Una nueva caja, fuera está escrito algo borroso, “piña”. ¡Por fin, comida! Cuando consigo abrirla, me encuentro un montón de latas de piña en su jugo. Pero soy optimista. Ahora solo me hace falta un abrelatas.







    Este relato es parte de un proyecto de Relatos Extraordinarios, promovido por Óscar Ryan. Este es el capítulo 3 de muchos escritos por otros autores extraordinarios.

     Sí queréis leer la historia entera, lo podéis hacer aquí

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